TORMENTA ELÉCTRICA
No me expliquen nada, supongo que es sobre las cosas que dejamos atrás, aquellos que por entonces creían equivocados que yo estaba rozando el núcleo de sus fríos eternos, ellos, los grises sin vida, clavaron eufemismos en las costas entre marrones y verdes de mi río sagrado, el que baña los dorados y surubíes brillantes y sorprendentes, parecía tener importancia la forma y color de las nubes que tocábamos con el índice y resultó efímero el cántaro y la sonrisa pintada de acuarelas suaves, pálido el tiempo parece no existir, las estaciones se confunden y abruman de ser. Mientras allá en la cabaña las caricias de la brisa consumían la mirada y las lluvias de seda fresca caían en un cielo apenas distante con el infinito que se acercaba y deja de ser interminable, en otras tierras sin médanos, tormentas eléctricas desataron la furia de relámpagos que viajaron su encandilamiento, quebranto de nubes cruzando océanos desdeñosos ensordeciendo al verbo, anulando los adjetivos que se escurren por cloacas y ríos desbordados. Es incesante, no se detiene la envidia de la luna, ella fue un planeta, un ciclo de existencia de siete rondas y murió dejando su cuerpo rocoso como el esqueleto de un cadáver que se resiste, precipita al rayo en acción, las voces oscuras saltan inquietas entre las hojas del cercano otoño sin dorados, una boca negra de vientos sin freno, sacude estruendos misteriosos. Es la naturaleza que castiga e intriga, estalla dentro del hueco la insensatez que muestra el espejo roto, son añicos de cábulas desperdigas cuando cae la tarde y parece asomar la calma con un sol mezquino de luz.
Beatriz Graciela Moyano
09-03-2014
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