CON LA PALMA DE UNA MANO
Y se hace una nube
espesa en el reverso de la pantalla negra, en el teclado de las palabras
vertiginosas es una polvareda que ciega como una estampida de
búfalos grisáceos disparados de susto por la tormenta que se aproxima
con esos estridentes truenos que están ensordeciendo hasta los
relámpagos que rajan el cielo con esa sedición de arrastrarlo todo y
apedrear la voluntad entre nubarrones oscuros como el plomo en los pies
cansados, con el sopor de los años que hoy se sienten aciagos y la vida que en
versos se puede mostrar divina, en las estrofas infinita y en la realidad dura
y frágil como cáscara de nuez, que sin
oponer resistencia cruje bajo la palma de la mano del olvido y la
ingratitud. Vulnerable, endeble parece su esencia de rico alimento
aceitoso de propiedades y sustancia sin develar, que al
quebrarse muestra el laberinto de su adentro del corazón y la vertiente medular,
entonces ya rota, rajada como el cielo de las tormentas estivales con su
cáscara hecha trizas recuerda la nube de polvo, el teclado y los búfalos, las
nubes de tormenta con el reflejo de rayos y descargas eléctricas que se
reflejan una y otra vez en los espejos y descubre en un instante supremo ese
sitio enigmático con recodos y escondrijos que es el
interior de esa nuez donde está, con la cáscara
rota trepará al nogal frondoso tenaz de su eterno amor en los años que
jamás desvanece, el del vigor sorprendente, fortaleza en el tronco robusto y ternura
en las ramas resistentes que la abrazan, de cada hoja de caricias y filamentos
de besos. Como niña exploradora en aventura elegirá donde abrigar y recobrar la
forma consustancial, parte congénita que ocultaba bajo esa cáscara de apariencia
compacta para que fluya la ternura que a veces esconde quedando desprotegida
ante la palma de una mano.
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