NUNCA MORIRÁ
Los tesoros del alma nunca han de morir, son esas vislumbres de brillo insospechado. Ojos de mirar profundo, la sonrisa trepando planetas inexplorados y el sentir que posees las llaves del universo que te besa con legítima ternura. Rozan tu pelo con la mirada lejana en atisbo sutiles palomas blancas, se ven encaramadas a las nubes más altas, surcando el cielo, flotando libres. Y como todas las manifestaciones sublimes, crean recelos conflictivos, envidias y prejuicios. Sacralizadas maldiciones solapadas llovieron desde puntos equidistantes, justicieros cultos y condenas, pero nunca morirá, no dejan que muera, hay energías contrapuestas en los que encomiaron su recuerdo sonriendo al indecible nombre y en la hiel que destila un despecho anómalo que enaltece su mirada. A estas alturas llanas, ha renunciado, abandonado utopías y quimeras. En el resto de vida, seguro andará en sonambulismo por algunas noches explorando sin conclusión las habitaciones, despertará sobresaltada por el maullido de un gato solitario en la azotea y deambulará desnuda por los sitios cotidianos con la pancarta en arco iris. Colores iridiscentes y frases en trémula solicitud de indulto a las idiotas actitudes del ayer, del hoy, ha muerto y resucitado mil veces pero se han agotado las vidas por vividas y no sé si sea esta la última en este cuerpo. Nunca morirá por qué no la dejan morir, los renglones gritan su nombre de distintas maneras, algunas caricias lozanas y el arrepentimiento de los muertos vivos. No la dejan morir, escriben y escriben, reviven el título sin bosquejo ni borradores, virginal de ternura, esbozo de escritura elegible y soberana mía, única en la proscripción que se esconde y da zarpazos.
Beatriz Graciela Moyano
Beatriz Graciela Moyano
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