Un fiel
intérprete de los sentidos, el presagio, se instaló en un rincón de la mente de
forma sutil como garúa tenue fue su presencia, oliendo a inseguridad
temor o alivio, intuyendo destierro que se entremezcla con el soplo de aire
fresco, con la suave brisa matinal en alas de calandria cautiva de ansiada
libertad. Se quedo persistiendo, presagiando quietecita y tenaz. En
la ciudad de la furia había un desgano de siesta soleada, igual
al de las provincias de aquel norte, con esa pereza de tarde estival de
cuarenta insoportables grados, evaporando lentamente los más
fervientes anhelos y así buscó la sombra de las acacias de ramas
entretejidas en una filigrana que es techo y túnel verde de gran belleza, entre
recortados sentipiensos se dijo: esta es la verdad donde el ser Supremo se
expresa con la magnificencia del amor.
Sobre el manto de hojas esparcidas maduró la mutación en soledad, observó el
enredo falaz de esos castillos de ficción y asumió la evidente cortina de
humo azul que por largo tiempo mantuvieron a sus ojos nublados, no quiso
consuelo buscando un aliado en el recuerdo, tampoco creyó en los dichos
fantasiosos que niegas ilusiones y las elaboran a toda hora, quedó adormeciendo,
enmudeciendo palabras en un bostezo aletargado de paz y dejó a sus guías
invisibles la difícil labor de borrar los archivos de la memoria atascada
de spam.
Beatriz Graciela Moyano
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