El templo
La misión de los seres fluctuaba entre dos mundos de asimetrías, entre
irrealidades fantásticas que quemaba sin fuego, y vulnerable verdad donde las semillas
de los vientos surcaban los cielos y fertilizaban detrás un velo azul secreto,
azul como el pájaro que voló del campanario como nadie, como un Dios, en último
día que nadie anunció, referente de fuerza en sus alas, como manos del amor,
como impulso para flor del rocío que cayó en gotas frente al altar de adoración
a las imágenes milagrosas que lograron llenar los jarrones vacíos de rosas
rojas en un templo que se alzó en la espesura boscosa verde y fresca, con
estilo del renacimiento, revestido en mármol blanco y gris como el cielo de un
día nublado. La misión que creó el gran Arcángel, que nada pudo hacer para
salvar lo que fue un puente sin verdad, inconcluso fin que mira desde las
alturas distinguiendo a los seres según la luz que emanan de sus cuerpos y sus
almas, junto al pájaro azul como encarnación de su propio ser, observa, ahora
que el tiempo habla de un calendario con fechas que el olvido no pudo borrar,
se detiene un instante para desde ese majestuoso lugar, mirar la pálida imagen
que se quedó dormida esperando poder tocar y ver su obra algo triste pero viva
y ávida de milagros que proyectó para el año de las premoniciones que
escribieron los maestros de la luz. Templo sin fieles, ni infieles que
habitaron los transeúntes intrusos e invasores sin credo, que fueron
descubiertos huyendo después de pisotear las leyes, de invadir en multitud profanando
altares, para abandonar dejando un reguero de estupidez y desperdicios en
desorden y destrucción
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