UN DÍA CUALQUIERA
Siempre con ojos en el horizonte, observa el después del amanecer en un día cualquiera, ve ese mar y las personas que van y vienen, nitidez en la manifestación armónica, un escenario de fragancias, magnolias, fresias y tal vez el indefinido olor a sal marina. Aún sigue en el horizonte estrechando colores , perfumes e imágenes y por fin ve ese lugar, siente el aroma del café, los posillos blancos de una charla, que no es breve ni solemne, se establece amistoso el reloj trenzando reflejos que ya existan quizá, paseando palabras acumuladas entre los deseos de los artistas que vieron a través de las ventanas, de una u otra forma se construyen bellos castillos con huellas del tiempo, corroídos en medio del agua reflejados, abandonados, así como imaginaron que existen en algún lugar para el deslumbre de tantos y que jamás conocieron al permanecer inertes en los sitios de nacidos, detalladas ciudades, características o circunstancias relevantes a las miradas de alguien, belleza en la vida que en nada se parecen a sus rutinarias existencias. Se mostrarán tal como son, persuasivos y contundentes en sus vivencias, desmenuzando hasta aniquilar esa nada que los agobia, luego, cabalgando pegasos celestes imaginarios, habrá un revoloteo por los techos de los cuentos que nunca escribieron, recargados de adornos ornamentales, palabras entre azules de mar y miradas antiguas, al estilo artístico desarrollado durante esos siglos de loca literatura irreprimible, hablando de Julio Cortázar y su acento parisino irresistible, no sabe si le cause una leve incomodidad o desazón el escucharle, así lo vio hoy en medio de ese horizonte, cual sea la historia o el artilugio óptico de ese después... es incapaz de presagiar, eso sí, ve en detalle los cortinados, la mesa y su tallado, y percibe fascinada el intenso aroma del café.